NOVELA

EL RUIDO DEL TIEMPO

JULIAN BARNES

(Anagrama - Buenos Aires)  

“El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo” es la idea que parece marcar el compás de la vida de Dmitri Shostakóvich, el protagonista de El ruido del tiempo.

Barnes imagina la historia de este compositor ruso a partir de tres momentos conocidos de la vida real de Shostakóvich: el artículo publicada en 1936 en Pravda que denigraba su opera Lady Macbeth de Mtsensk; un viaje en avión a Nueva York como miembro de la delegación soviética en el Congreso Cultural y Científico para la Paz Mundial; y su afiliación formal y compulsiva al Partido Comunista en 1960. La narración aborda los conflictos internos del artista frente al régimen totalitario, a partir de reflexiones y recuerdos.

Más allá de la polémica que rodea la vida del compositor en relación a su posición política, lo interesante es cómo crece la pulsión creativa en la tensión permanente entre el deseo y el miedo. Uno de los aciertos de Barnes es elegir una tercera persona para contar la historia y dar una perspectiva que se va confundiendo con la del artista, única mirada que aparece en el relato. Tanto es así que el tono lleva a pensar en un monólogo interior. Ese juego equidistante consigue desplegar un diálogo entre el poder y el arte como si fuera parte del flujo de conciencia del artista. Una y otra vez Shostakóvich libra guerras internas para no dejarse doblegar.

Dilema

Uno de los ejes centrales del relato es la contradicción de Shostakovich: por un lado lucha contra el sometimiento, y por el otro, busca los favores del poder para que su música sea escuchada, o simplemente para sobrevivir. En verdad, combate por todos los medios la mediocridad de la creación.

En ese debate, aparece la pasión del músico y su relación con la obra de Shakespeare, quizá una de las partes más hermosas de la novela.

Imaginar Rusia, el totalitarismo y los sometimientos de un compositor de esa época lleva a pensar en un texto duro, sin embargo Barnes apela a la ironía tanto en la escritura como en la historia. Shostakóvich utiliza ese humor para escapar a las redes de la depresión, para poder burlarse del poder sin ser atrapado; a la vez la escritura se convierte en un ensayo lúcido sobre la ironía, sus recursos y sus trampas.

¿Es posible mantenerse íntegro artísticamente a pesar de sentirse corrupto personalmente? Es la pregunta a la que Barnes enfrenta a su personaje. Y Shostakóvich parece responder: “Que el poder posea las palabras porque ellas no pueden manchar la música. La música escapa a las palabras; es su propósito y su majestad”.

© LA GACETA

Verónica Boix